El gusto en la cata de miel

En la cata de miel, el sentido del gusto desempeña un papel fundamental, ya que permite explorar la complejidad de este producto natural. Aunque el sabor predominante en la miel es el dulce, en una buena cata también se pueden detectar notas amargas, ácidas e incluso saladas, que varían según el origen de la miel. A continuación, exploraremos cómo estos sabores interactúan y aportan matices únicos a cada tipo de miel.

Dulce

La dulzura es el sabor predominante en todas las mieles, y su intensidad depende principalmente de la composición de azúcares, como la fructosa y la glucosa.

Amargo

Aunque no es lo primero que uno espera en una miel, el sabor amargo puede estar presente y añade profundidad al perfil de sabor. Este amargor es más común en mieles como la de madroño o brezo, donde se percibe como un toque de contraste que equilibra la dulzura. El sabor amargo es particularmente valorado en la miel de castaño, ya que aporta una sensación compleja y rica que persiste en el paladar, ideal para quienes prefieren una miel con más cuerpo y carácter.

Ácido

La acidez en la miel es sutil pero esencial para equilibrar la dulzura. Aunque no es un sabor ácido como en una fruta cítrica, las notas ácidas de azahar y zarza destacan por su acidez claramente apreciable y su intensidad se diferencia fácilmente. Las mieles de romero, tomillo y espliego suelen presentar ligeros tonos ácidos, que añaden una frescura natural al degustarse.

Salado

Algunas mieles oscuras y mielatos, como los de encina y roble, tienen un sabor salado que se intensifica en las variedades que presentan una mayor concentración de mielatos. Estos provienen de la savia de los árboles, recolectada y procesada por las abejas en vez de solo néctar. La savia de árboles puede tener una composición mineral distinta al néctar floral, lo que le da a estas mieles un carácter salado y malteado.